No me acuerdo en qué partido estrené
mi bufanda del Rayo. De lo que si me acuerdo es de como la compré, tengo alguna más, pero a esta le tengo especial cariño.
La bufanda, mi bufanda, la compré en un
puesto de la Albufera, supongo que de los de toda la vida. En éste atendía una mujer mayor y ese día había colgado un cartel que decía
algo así como; “oferta bufandas cinco euros”. Hablando con la
mujer, nos contó que el negocio iba mal, que dejaría de venir a
Vallecas. Llevaba viniendo muchos años y nos aseguró que le daba
mucha pena dejar de hacerlo, pero había que tirar para delante.
Había que cambiar de aires y eso llevaba su puesto a Getafe.
La bufanda que le compré a aquella mujer con los años estéticamente me ha ido
gustando cada vez menos. Ahora se hacen cosas más bonitas. Sobre
todo, no me acaba de gustar porque en su escudo sólo aparecen tres letras.
Pero es mi bufanda, aquella que seguramente se mojó con la cerveza
que le subimos a Piti al autobús el día del ascenso a Segunda. La
que llevaba cuando me hice la foto con Michel cuando subimos a
Primera, el único futbolista con el que tengo una foto. Ese mismo
día que, con unas cervezas de más, hablé con Presa en la Asamblea
y me dijo que había que subir los abonos porque vería a Messi a un
metro. La que me ha acompañado, entre otros campos, al Helmántico,
a donde no volverá. Incluso, ha servido a veces para taparme la
cabeza de manera un tanto ridícula esas mañanas en el que el sol te
pega de frente a las doce. La llevaba el día del tamudazo,
seguramente la única vez que me he fundido en un abrazo con alguien
que no conocía.
Esa es mi bufanda, probablemente sea fea y habría que cambiarle
algunas letras, pero me seguirá acompañando. Entenderéis que le
tenga cariño, ¿no?
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